SATURNINO DE LUCAS (n. Mudrián, 1911 – m. Mudrián, 1970)
La condena por parte del Consejo de Europa de la dictadura franquista y la
recomendación de medidas como declarar el 18 de Julio dÃa dedicado a las vÃctimas
o hacer del Valle de los CaÃdos un museo de la memoria venÃa ayer a sumarse a lo
que muchas voces vienen pidiendo hace tiempo desde nuestro paÃs, es decir, que se
deje de tergiversar la verdad sobre lo que fueron 40 años de dictadura brutal que
dejaron a España huérfana de algunos de sus hijos más destacados.
El franquismo no fue una “dictablanda” necesaria como dicen algunos, ni casi una
democracia como aseguran otros, fue un régimen autoritario que comenzó con el
asesinato de miles de opositores y que obligó a muchos más al exilio en el
extranjero o, en muchos casos, en su mismo paÃs, obligados a callar por miedo a la
muerte.
El exilio interior alcanzó incluso a algunos de los “vencedores”, cuyos ideales no
esperaban que la victoria trajese lo que trajo. Quizás las vÃctimas más sangrantes
de ese exilio interior fueron los llamados topos.
Enterrados en vida por el terror a ser asesinados en la tapia de un cementerio,
muchos de ellos, que habÃan sido dirigentes o simplemente simpatizantes de los
partidos de izquierda, empezaron a salir a la luz a finales de los 60 y principio de
los 70 con los sucesivos decretos de amnistÃa, como el alcalde republicano del
pueblecito segoviano de Mudrián, que volvió a la vida tras 34 años.
Saturnino de Lucas, el segundo de ocho hijos, nació en una familia pobre de
resineros. Desde los quince meses quedó cojo por la poliomielitis, pese a lo cual
tuvo que empezar a trabajar desde los 6 años, puesto que lo que ganaba su padre
no daba para mantener a la familia.
Pese a su minusvalÃa por la que recibió el apodo de “el cojo”, trabajó en la resina
como sus mayores, asà como de picapedrero, porquero y recadero del pueblo.
Aunque tuvo poca oportunidad de acudir a la escuela, sus maestros enseguida se
fijaron en él y trataron de que estudiara, sin embargo la enemistad de su padre con
Juan Marcelo del Campo, alcalde y cacique del pueblo, hizo que se le negasen becas
e incluso que se obligase al maestro a no admitirle en la escuela.
No obstante, gracias a las clases que el mismo maestro le daba a escondidas y a su
afición al estudio consiguió una educación mÃnima que le valió para obtener varios
empleos de vendedor de seguros y agente comercial por toda la comarca que
ejercÃa al mismo tiempo que el oficio que zapatero.
Además, se interesó por el derecho, y aunque una y otra vez el alcalde de Mudrián
denegaba las becas solicitadas para él por el cura y el maestro, logró saber lo
La condena por parte del Consejo de Europa de la dictadura franquista y la
recomendación de medidas como declarar el 18 de Julio dÃa dedicado a las vÃctimas
o hacer del Valle de los CaÃdos un museo de la memoria venÃa ayer a sumarse a lo
que muchas voces vienen pidiendo hace tiempo desde nuestro paÃs, es decir, que se
deje de tergiversar la verdad sobre lo que fueron 40 años de dictadura brutal que
dejaron a España huérfana de algunos de sus hijos más destacados.
El franquismo no fue una “dictablanda” necesaria como dicen algunos, ni casi una
democracia como aseguran otros, fue un régimen autoritario que comenzó con el
asesinato de miles de opositores y que obligó a muchos más al exilio en el
extranjero o, en muchos casos, en su mismo paÃs, obligados a callar por miedo a la
muerte.
El exilio interior alcanzó incluso a algunos de los “vencedores”, cuyos ideales no
esperaban que la victoria trajese lo que trajo. Quizás las vÃctimas más sangrantes
de ese exilio interior fueron los llamados topos.
Enterrados en vida por el terror a ser asesinados en la tapia de un cementerio,
muchos de ellos, que habÃan sido dirigentes o simplemente simpatizantes de los
partidos de izquierda, empezaron a salir a la luz a finales de los 60 y principio de
los 70 con los sucesivos decretos de amnistÃa, como el alcalde republicano del
pueblecito segoviano de Mudrián, que volvió a la vida tras 34 años.
Saturnino de Lucas, el segundo de ocho hijos, nació en una familia pobre de
resineros. Desde los quince meses quedó cojo por la poliomielitis, pese a lo cual
tuvo que empezar a trabajar desde los 6 años, puesto que lo que ganaba su padre
no daba para mantener a la familia.
Pese a su minusvalÃa por la que recibió el apodo de “el cojo”, trabajó en la resina
como sus mayores, asà como de picapedrero, porquero y recadero del pueblo.
Aunque tuvo poca oportunidad de acudir a la escuela, sus maestros enseguida se
fijaron en él y trataron de que estudiara, sin embargo la enemistad de su padre con
Juan Marcelo del Campo, alcalde y cacique del pueblo, hizo que se le negasen becas
e incluso que se obligase al maestro a no admitirle en la escuela.
No obstante, gracias a las clases que el mismo maestro le daba a escondidas y a su
afición al estudio consiguió una educación mÃnima que le valió para obtener varios
empleos de vendedor de seguros y agente comercial por toda la comarca que
ejercÃa al mismo tiempo que el oficio que zapatero.
Además, se interesó por el derecho, y aunque una y otra vez el alcalde de Mudrián
denegaba las becas solicitadas para él por el cura y el maestro, logró saber lo
suficiente para representar a los obreros pobres de la región en múltiples pleitos,
lo que le enemistó con la mayorÃa de los caciques de la zona.
Incluso llegó a sacar unas oposiciones para secretario del pueblo toledano de
Torrijos, aunque no pudo tomar posesión de la plaza por no tener 25 años. Su
defensa de los obreros le hizo ir obteniendo cargos en sus organizaciones, aunque
no le gustaba demasiado la polÃtica porque más que nada era un idealista.
En 1933 le nombraron presidente de la UGT en la zona, y en 1936 delegado del
Frente Popular. Finalmente fue nombrado alcalde de Mudrián por el gobernador
de Segovia que habÃa depuesto a Marcelo del Campo por un presunto desfalco.
Al Iniciarse la guerra civil Saturnino de Lucas se mantuvo en su puesto pese a que
Segovia se decantó rápidamente por los rebeldes. En los primeros dÃas se presentó
en el pueblo un grupo de obreros de Cuéllar con la intención de asesinar al cura.
Saturnino los hizo frente y le salvó la vida al párroco, con el que siempre se habÃa
llevado bien puesto que era un hombre religioso y que en Mudrián, a diferencia de
muchos otros lugares, los sacerdotes habÃan apoyado casi siempre a los humildes
contra los caciques.
El dÃa 24 de Julio los que aparecieron fueron un grupo de falangistas de otra
localidad vecina que buscaban al alcalde porque los caciques de la zona habÃan
ofrecido 60.000 pesetas por su cabeza.
Lo buscaron por todo el pueblo, incluso se llevaron a su familia y amigos para
torturarlos, pero no lo encontraron.
El cojo estaba donde nadie buscó. Su amistad con el cura le valió que este le
devolviera el favor, escondiéndole en el arcón de una cuadra de la iglesia en el que
estarÃa hasta 1940.
Durante casi cuatro años permaneció escondido por el sacerdote, viviendo todo el
dÃa en el arcón y saliendo solo por las noches para fumar y charlar con el religioso.
Sin embargo los años de ocultar a su amigo pasaron factura a la mente del párroco,
que acabó perdiendo la cabeza y a punto estuvo de descubrirle. En febrero de 1940
tuvo que dejar su escondite, para ocultarse en casa de sus padres.
Pasó a vivir en una buhardilla de dos por cuatro metros en la que era imposible
ponerse de pie y cuyo único contacto con el exterior era una pequeña abertura
oculta en un murillo de adobe por el que le alimentaban y le facilitaban lo que
necesitaba.
Con una pequeña máquina de escribir y una radio pasó oculto incluso a las mujeres
de sus hermanos y sus sobrinos los siguientes treinta años, aguantando
temperaturas de más de 50ºC en verano y de menos de –20ºC en invierno,
viviendo experiencias como la muerte de su madre en 1959 o el miedo constante
por los frecuentes registros de la casa por parte de falangistas y guardias civiles
con la única compañÃa de sus libros y sus hermanos por las noches desde el otro
lado del muro. Pese a su situación, siguió llevando sus negocios de agente
comercial gracias a sus hermanos y escribió un diario, una novela e incluso un
tratado de magia, a la que era muy aficionado.
Finalmente salió de su encierro el 30 de abril de 1970 tras la amnistÃa general. Su
estado de salud no era bueno, y cuando fue entrevistado por Jesús Torbado y
Manuel Leguineche para su libro “Los topos” (El PaÃs-Aguilar) era un hombre
acostumbrado a vivir en la oscuridad acompañado solo de su pensamiento.
lo que le enemistó con la mayorÃa de los caciques de la zona.
Incluso llegó a sacar unas oposiciones para secretario del pueblo toledano de
Torrijos, aunque no pudo tomar posesión de la plaza por no tener 25 años. Su
defensa de los obreros le hizo ir obteniendo cargos en sus organizaciones, aunque
no le gustaba demasiado la polÃtica porque más que nada era un idealista.
En 1933 le nombraron presidente de la UGT en la zona, y en 1936 delegado del
Frente Popular. Finalmente fue nombrado alcalde de Mudrián por el gobernador
de Segovia que habÃa depuesto a Marcelo del Campo por un presunto desfalco.
Al Iniciarse la guerra civil Saturnino de Lucas se mantuvo en su puesto pese a que
Segovia se decantó rápidamente por los rebeldes. En los primeros dÃas se presentó
en el pueblo un grupo de obreros de Cuéllar con la intención de asesinar al cura.
Saturnino los hizo frente y le salvó la vida al párroco, con el que siempre se habÃa
llevado bien puesto que era un hombre religioso y que en Mudrián, a diferencia de
muchos otros lugares, los sacerdotes habÃan apoyado casi siempre a los humildes
contra los caciques.
El dÃa 24 de Julio los que aparecieron fueron un grupo de falangistas de otra
localidad vecina que buscaban al alcalde porque los caciques de la zona habÃan
ofrecido 60.000 pesetas por su cabeza.
Lo buscaron por todo el pueblo, incluso se llevaron a su familia y amigos para
torturarlos, pero no lo encontraron.
El cojo estaba donde nadie buscó. Su amistad con el cura le valió que este le
devolviera el favor, escondiéndole en el arcón de una cuadra de la iglesia en el que
estarÃa hasta 1940.
Durante casi cuatro años permaneció escondido por el sacerdote, viviendo todo el
dÃa en el arcón y saliendo solo por las noches para fumar y charlar con el religioso.
Sin embargo los años de ocultar a su amigo pasaron factura a la mente del párroco,
que acabó perdiendo la cabeza y a punto estuvo de descubrirle. En febrero de 1940
tuvo que dejar su escondite, para ocultarse en casa de sus padres.
Pasó a vivir en una buhardilla de dos por cuatro metros en la que era imposible
ponerse de pie y cuyo único contacto con el exterior era una pequeña abertura
oculta en un murillo de adobe por el que le alimentaban y le facilitaban lo que
necesitaba.
Con una pequeña máquina de escribir y una radio pasó oculto incluso a las mujeres
de sus hermanos y sus sobrinos los siguientes treinta años, aguantando
temperaturas de más de 50ºC en verano y de menos de –20ºC en invierno,
viviendo experiencias como la muerte de su madre en 1959 o el miedo constante
por los frecuentes registros de la casa por parte de falangistas y guardias civiles
con la única compañÃa de sus libros y sus hermanos por las noches desde el otro
lado del muro. Pese a su situación, siguió llevando sus negocios de agente
comercial gracias a sus hermanos y escribió un diario, una novela e incluso un
tratado de magia, a la que era muy aficionado.
Finalmente salió de su encierro el 30 de abril de 1970 tras la amnistÃa general. Su
estado de salud no era bueno, y cuando fue entrevistado por Jesús Torbado y
Manuel Leguineche para su libro “Los topos” (El PaÃs-Aguilar) era un hombre
acostumbrado a vivir en la oscuridad acompañado solo de su pensamiento.
Divagaba y tenÃa prisa por comunicar al mundo todo lo que habÃa descubierto en
sus años de soledad: técnicas de sugestión y extrañas curas leÃdas por ahà (llegó a
sacarse él solo 5 muelas), el secreto para la paz mundial.
Su imagen era la de un Don Quijote que habÃa tenido años para leer demasiado,
aunque pese a algunas excentricidades como las citadas en general habÃa
permanecido mejor informado de lo que pasaba en el mundo que sus hermanos y
sobrinos, más preocupados por la vida cotidiana.
Murió el 6 de diciembre, poco más de 7 meses después de abandonar su
improvisada celda.
En su libro Torbado y Leguineche que aún en 1970, cuando se enteró de que el cojo
vivÃa, Juan Marcelo del Campo recorrÃa las calles del pueblo susurrando: “¡Hay que
matarlo, hay que matarlo!
(Resumen por Jose Antonio del Valle. Blog Vidas Ajenas.2006)
Gran historia que no debemos olvidar. Qué gran respeto le he tenido siempre a este hombre, cuando mi padre me contaba su historia de pequeño, y después, leyendola en el libro Los Topos. Lástima que la casa en la que estuvo recluido ya hace años que se tiró... de puro vieja, tambien es verdad
ResponderEliminarY pensar que mi casa del pueblo sigue estando en la calle "GeneralÃsimo Franco". Si hubiese justicia divina, le cambiarÃan el nombre por el de "Calle de Don Saturnino De Lucas". Aunque me conformarÃa con que fuese Plaza Mayor a secas...
Hola Daniel. Me gustarÃa saber si tienes algún parentesco (no muy lejano) con Saturnino.
ResponderEliminarPor mi parte, te diré que mi padre y él eran primos hermanos, y conozco bastantes detalles sobre su vida.